El lenguaje nos tira de la lengua con algunas definiciones y nos toca los ovarios exactamente tanto como nos toca los cojones. El machismo está demasiado patente en nuestro idioma y esto hace que el diccionario huela a rancio, a cerrado, a chaqueta de pana mojada. Tenemos que limpiar el polvo y airear.
No podemos seguir dando a ‘coñazo’ esa connotación negativa ¿Qué va a pensar la madre que nos parió de que hablemos así, precisamente, de con lo que nos parió nuestra madre? Sólo por esto ya deberíamos tener ‘coñazo’ en los altares de la lengua y usarlo para definir lo mejor, lo fetén, lo coñazo.
Por no hablar de su sonoridad. Coñazo, qué suave, con esa ñ tan bonita, tan nuestra. Es mucho más agradable en boca y en oído que ‘cojonudo’, con ese jjjjj que rasguea la garganta. Repítelo despacio: coñazo, coñazo, co ña zo… Qué arte.
Pero tranqui, buscamos igualdad. No queremos que lo cojonudo deje de ser estupendo, magnífico o la polla en vinagre. Pero ¡rompamos el techo de cristal del castellano! y consigamos que la palabra ‘coñazo’ también sea usada para describir un momentazo inigualable, algo cojonudo, algo bueno, positivo, más del siglo XXI.
Hablemos de ‘coñazo’ en nuestro día a día para referirnos a esas cosas buenas. Juntos podemos conseguir que salir de fiesta sea un coñazo divertidísimo, que pizza y peli sea un coñazo de plan, y que nuestra lengua sea la más ‘coñazo’ del planeta.